Por Ramiro Melucci
El 25 de octubre, en la efervescencia del triunfo electoral, Carlos Arroyo ratificó la promesa más inverosímil de su campaña: la de bajar las tasas. Con la inflación sin freno, era una noticia sólo para crédulos.
José Cano, que lo estaba escuchando, sabía que llevar a la práctica ese postulado era imposible. Por eso en el transcurso de la semana posterior reinterpretó el discurso: dijo que las tasas no bajarían, sino que aumentarían por debajo del índice inflacionario.
La semana pasada, cuando el primer presupuesto de la nueva gestión ingresó al Concejo, esa reinterpretación también fue cediendo. La realidad es que si bien no se emitieron facturas con aumento en los dos primeros bimestres y que quienes abonaron la tasa de servicios urbanos por anticipado no pagaron más, a partir del tercer bimestre habrá un aumento del 27,3%, superior a la inflación prevista por el gobierno nacional para este año.
Que 2016 será un año difícil para la municipalidad no es novedad. Al fin y al cabo la distancia que suele haber entre los discursos oficiales y la realidad no es patrimonio del nuevo gobierno. El desbarajuste financiero que legó la gestión anterior también había sido maquillado con el difuso argumento de que el déficit no debía medirse en términos monetarios sino en la existencia o no de obras y necesidades insatisfechas.
“La verdad es que, si nosotros continuábamos, también la íbamos a tener muy difícil. Lo de los descubiertos bancarios es inexplicable”, reconoció un ex funcionario que no comulga con el pultismo acérrimo, todavía renuente a admitir que el municipio está en emergencia financiera desde mucho antes de que el Concejo la declarara.